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El envejecimiento de la población, lejos de ser un dato demográfico más, es ya una poderosa fuerza transformadora que moldea economías, sistemas de salud, políticas públicas y, en particular, la industria aseguradora. La conocida como ‘economía de la longevidad’ surge de una realidad cada vez más tangible: la posibilidad de vivir 100 años ya no es una excepción, sino una tendencia al alza, especialmente en los países desarrollados. Un informe de la Asociación de Ginebra, basado en un estudio global con 15.000 participantes en 12 países, ofrece un exhaustivo análisis de las implicaciones socioeconómicas del aumento de la longevidad y del papel estratégico que puede y debe desempeñar el seguro en este nuevo paradigma.
Limite
En 1950, la esperanza de vida global era de 46 años. En 2025, supera los 74, y en países de la OCDE ronda los 80. Este extraordinario avance médico y social ha venido acompañado por una drástica reducción de la natalidad, provocando un giro radical en la estructura poblacional. Lo que antes era una pirámide con una base joven y una cúspide estrecha, se ha transformado en un “domo” demográfico, con una mayoría de adultos mayores y una base juvenil cada vez más estrecha.
Este cambio conlleva profundas consecuencias: alteración de los patrones de ahorro y consumo, nuevas trayectorias laborales, tensión creciente en los sistemas de salud y pensiones, y una redefinición de las etapas vitales y del riesgo asegurador.
La longevidad no debe concebirse únicamente como un riesgo a cubrir, sino como una aspiración colectiva a gestionar. Esto requiere que el sector asegurador evolucione:
Uno de los conceptos clave del informe es el de la “desalineación” entre tres trayectorias vitales: la vida útil total (‘life span’), los años en buena salud (‘health span’) y los años con autonomía financiera (‘wealth span’). La prolongación de la vida no ha venido necesariamente acompañada de una mejora equivalente en salud ni en estabilidad económica.
Por ejemplo, en países como España, Japón o Alemania, la diferencia entre esperanza de vida y esperanza de vida saludable supera los 11 años. En Estados Unidos, donde la expectativa de vida está cayendo, esta brecha es aún mayor. Esto implica que millones de personas vivirán más tiempo, pero no necesariamente de forma activa, autónoma o financieramente segura.
El estudio revela una paradoja preocupante: aunque más del 70% de los encuestados reconoce preocupaciones en torno al acceso a cuidados sanitarios, a la suficiencia de sus ahorros para la jubilación y a la fiabilidad de las redes públicas de apoyo, una mayoría se declara “preparada” para afrontar una vida más larga. Esta desconexión entre conciencia y preparación real es particularmente llamativa en el ámbito de la salud y puede ser síntoma de una baja “alfabetización en longevidad”.
De hecho, muchos encuestados en países en desarrollo sobreestiman su esperanza de vida (caso de Brasil o India), mientras que en países desarrollados tienden a subestimarla (caso de Japón o Alemania), lo que puede distorsionar la planificación personal y el diseño de productos aseguradores.
A pesar de esta brecha entre percepción y preparación, el seguro aparece entre las tres instituciones más valoradas para prepararse ante una vida más larga, junto con la familia y el Estado. En países con menor cobertura pública, como China, India o Estados Unidos, el valor atribuido al seguro es aún más alto.
Sin embargo, el informe de la Asociación de Ginebra señala que este reconocimiento no se traduce fácilmente en contratación: productos como el seguro de dependencia, altamente demandado, registran todavía bajas tasas de penetración.
Las barreras identificadas incluyen la falta de productos personalizados, la percepción de que no son asequibles o el desconocimiento sobre las opciones disponibles. Esta realidad impone al sector la necesidad de rediseñar sus productos con mayor simplicidad, flexibilidad e incentivo a la prevención.
Este informe de la Asociación de Ginebra plantea una profunda revisión del papel del seguro en tres frentes fundamentales:
1. En la fase de acumulación de activos (trabajo y ahorro):
2. En la fase de desacumulación (jubilación y cuidados):
3. En la interacción con las políticas públicas:
Según los indicadores demográficos básicos que publica el INE, entre 2002 y 2022, la esperanza de vida al nacimiento de los hombres en España ha pasado de 76,4 a 80,4 años y la de las mujeres de 83,1 a 85,7 años.
Según las proyecciones, en 2035, la esperanza de vida al nacimiento alcanzaría los 83,2 años en los hombres y los 87,7 en las mujeres, lo que supone una ganancia respecto a los valores actuales de 2,8 y de 1,8 años respectivamente. Estos valores serían en 2071 de 86,0 años para los hombres y de 90,0 años para las mujeres.
Se estima que las mujeres que en 2035 tengan 65 años tendrían una esperanza de vida en promedio de 24,4. En los hombres el valor sería de 20,9 años, (frente a los 26,3 y los 22,7 años respectivamente en 2071).
Lejos de ser una amenaza, la longevidad ofrece una oportunidad histórica para que el seguro recupere su papel de pilar esencial en la arquitectura del bienestar. La clave estará en abandonar el enfoque tradicional centrado en la protección frente al fallecimiento o la enfermedad, y evolucionar hacia modelos de acompañamiento durante toda la vida, con foco en la salud, la autonomía y la sostenibilidad financiera. Las aseguradoras no solo deben ofrecer productos, sino desempeñar un papel activo en la arquitectura de una sociedad longeva resiliente
En este sentido, el informe insta a las aseguradoras a:
La economía de la longevidad no es una utopía futura, sino una realidad presente. Requiere innovación, valentía regulatoria, empatía social y una visión de largo plazo que trascienda silos entre salud y finanzas. Las aseguradoras que entiendan esta transformación y actúen en consecuencia estarán no solo más preparadas para el futuro, sino también más alineadas con las verdaderas necesidades de las personas en la era de las vidas centenarias.