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Carlos Lluch
Director técnico de LLUCH & JUELICH CORREDURíA DE SEGUROS
En estos días anduve pensando que puede que la reconstrucción de los edificios afectados por el incendio de Campanar, en Valencia, acabe bien o no. Son muchas las incógnitas, pero alguna certidumbre, como la suma asegurada disponible para la reconstrucción de dos edificios, en los que parte de dicha suma asegurada no puede ser dispuesta dado que no se dañaron ni los locales ni las plantas de parking o el hecho de que había vecinos sin seguro particular, no pondrá fáciles las cosas.
Y, a toro pasado, lo único que puedo hacer es aprender. Y, para ello, no queda otra opción que ser objetivo y mirar cara a cara a los hechos, sin tapujos ni edulcorantes.
Lo que más me impresiona de mi recorrido de más de tres décadas por el Seguro es cómo este es banalizado. A ese menosprecio de la función última de un seguro contribuimos todos.
Empezando por las aseguradoras, capaces de vender coberturas incapaces de resolver los problemas reales que genera un siniestro de esta magnitud, desde los gastos de demolición y desescombro, carísimos, de una demolición parcial que no debe dañar los bienes remanentes, a una suma asegurada para inhabitabilidad que está fuera de sintonía con los mercados actuales de alquiler y pasando, cómo no, por sumas aseguradas ridículas para cubrir la Responsabilidad Civil de una vivienda generadora de este desastre. Ojo, que en Alemania hay disponible cobertura de RC Familiar de 50 millones de euros (por ejemplo, por 72,77 € lo vende HDI) cuando en España hay quien solo tiene 30.000 € por siniestro o 6.000€ si el afectado es un local. ¿Y qué me decís de esos capitales automáticos de contenido según superficie? ¡Para llorar!
Siguiendo por los distribuidores, que algo malo habremos hecho para merecer esa denominación y que nos vean solo como comisionistas. En todos los canales hay quien hace el burro y hay quien, por llevarse la póliza al zurrón, acepta infraseguros, definiciones de riesgo poco amigas de la verdad y toda cuanta picaresca cabe para tarifar y que la prima sea la que interesa pagar. También es de traca esa costumbre, buena para el bolsillo, de volver a cobrarle al cliente por un continente que ya asegura la póliza comunitaria. Y, de paso, así garantizamos todas las alegrías que da una concurrencia de seguros, además del sobrecoste evitable.
Dejo, para el final, al cliente. Sea la Junta de Propietarios, esa que pide presupuestos a ver cuál de las ofertas riza el rizo en precio, sea el vecino que busca en internet la prima más barata. No entienden, por más que les digas, que van todos de la mano en ese barco y que al hundirse si contratan un Titanic va a arrastrarlos al fondo de la incertidumbre, primero, y de la desesperación, después. Es duro hacer apostolado, sacar cada dos por tres la tiza y el puntero y enseñar para qué sirve el seguro y, sinceramente, no es para arreglar un cristal roto o la cerradura forzada. Ni siquiera para acabar con ratas o avispas. El reto, de verdad, el que pone en juego si lo hemos hecho bien –todos– o no, es el incendio.
Cuento que para ser corredor se necesita imaginación. Yo me pongo, virtualmente, en el momento después del gran siniestro. Si no tengo información para resolver este, no puedo hacer la póliza. Si la póliza no sirve para cubrir el riesgo que tengo delante, tengo que ir a por otra. Y si el cliente no entiende esto, … ¡Que otro flete el Titanic!
TRIBUNA: La muy discutida regulación de las Agencias de Suscripción en España, por José Luis Latorre