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Siempre digo que el Seguro es un negocio de personas para personas. Pero no siempre quienes lo comercializan actúan como personas, ni recuerdan que sus actos tienen consecuencias también para personas. Si en un ramo eso se nota con una gran intensidad es en el Seguro de Salud, como lo llamamos, o Seguro Médico, que es como lo llama la gente de la calle.
El asegurado busca, con este tipo de seguros, muchas y muy diferentes cosas. Desde un tratamiento rápido, sin masificación y sin listas de espera, a un confort y privacidad único en el aspecto más “hotelero” del seguro, que es la habitación privada en caso de hospitalización. Otros hurgan en los cuadros médicos buscando marcas personales que les aporten la tranquilidad de que estarán en buenas manos mientras otros recalan en las tecnologías o tratamientos más avanzados.
Pero hay elementos comunes: es un seguro que se acostumbra a contratar a largo plazo y no se ve afectado, salvo en una pequeña parte de los usuarios, por esa obsesión por el precio y es raro que alguien acepte cambiarse de un Seguro de Salud con el que está satisfecho por unos pocos euros, como sí ocurre en otros ramos. También, dentro de esa percepción del largo plazo, es un seguro en el que uno espera que –al envejecer– seguirá estando protegido y se le cuidará teniendo en cuenta décadas de fidelidad y confianza.
Por ello resultan sumamente desafortunadas ciertas conductas que buscan deshacerse de un cliente que, por enfermedad sobrevenida o por haber alcanzado una vejez que requiere cuidados, ha llegado a ser antieconómico. Es un tema que, de un modo u otro, el supervisor tiene que abordar tarde o temprano puesto que se ven comprometidos el artículo 11.2 de la Ley de Contrato de Seguro, que prohíbe que un cambio de salud se considere agravación de riesgo en los seguros de personas, así como las Disposiciones Adicionales Cuarta y Quinta que, respectivamente, prohíben la discriminación de personas con discapacidad o con problemas de salud y que supone, entre otras, hasta la prohibición de las extendidas sobreprimas. Incluyo que para operar en este ramo debería mediar la expresa renuncia por el asegurador a aplicar el artículo 22 LCS.
Dicho esto, y para acabar, ¿podríamos acabar con la publicidad engañosa? En el mercado español se pueden comprar Seguros de Salud con coste mensual entre 14€ y 500€ por persona. Obviamente, no son lo mismo; ni en coberturas, ni en tecnologías, tratamientos o profesionales accesibles. Cada perfil de cliente podrá permitirse un cierto tipo de seguro y tendrá lo que puede pagar, pero no es correcto engañar con la cantinela de “el mejor seguro por solo …”.
Durante la pandemia, el número de españoles que contrató un seguro médico privado ha alcanzado el 23,3%, según el último dato, de 2020, que maneja la patronal Unespa. La tendencia es claramente al alza: en los últimos diez años, más de dos millones de españoles han sumado este seguro a su mix (en 2011, alcanzaba el 18,5%).
Lo cierto es que parece que la maquinaria de Marketing está perfectamente engrasada. Al consumidor le convencen de la necesidad de disponer un seguro privado de salud ante un sistema público incapaz de reducir las listas de espera. Piensa, por ejemplo, que las nuevas técnicas de tratamiento y quirúrgicas estarán a su disposición, pero no sabe que muchos productos, por ejemplo, no cubren nada que esté basado en el láser. A esto se suma, la parte del pastel que acaparan los bancos: es práctica habitual que se incorpore el seguro médico en el mix de productos que bonifican el préstamo hipotecario, por ejemplo.
Por otra parte, y reiterando un tema que ya hemos abordado en estas mismas páginas, tenemos el riesgo de la exclusión en el seguro. A los usuarios intensivos del seguro por una enfermedad sobrevenida se les suele plantear subidas inasumibles de prima, al igual que a muchos ancianos. Lo hemos visto también con el tema del Covid-19: la mayor parte de los seguros excluyen epidemias y pandemias, así mismo, no sabemos si el haber padecido la enfermedad o el hecho de estar o no vacunado afectará en un futuro a su acceso.
Instamos, como siempre, a la contratación responsable: el consumidor tiene que examinar con celo la idoneidad del seguro de salud, sus coberturas y limitaciones; el resto de actores, transparencia en la contratación, información y dedicación al cliente. Pero permítanme una reflexión mucho más general y, si me apuran, ética. No olvidemos el riesgo de que la salud de nuestra ciudadanía discurra por caminos cada vez más distantes y distanciados. Recordemos el mantra repetido hasta la saciedad por nuestros políticos y autoridades sanitarias nacionales e internacionales: o se combate el Covid a nivel global o nunca llegaremos a terminar con el virus. Algo parecido podemos decir del consumidor ante el seguro de salud privado: es bueno como complemento pero si sustituye a nuestro sistema nacional público… mal vamos. O contribuimos a preservar la salud general de todos los ciudadanos o el sistema democrático, de bienestar público del que nos hemos dotado entre todos, se tambaleará.