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Esther Puchades Alarcón
CEO de Gravitas Expertise, vocal de la Comisión Ejecutiva de APCAS, tesorera de
APCAS C. Valenciana, ingeniero técnico industrial y perito de seguros de IRD
El fuego siempre ha ejercido una atracción casi mística sobre el ser humano. Observar las llamas que bailan en una chimenea, devorando los troncos mientras oímos el crujido de la leña encendida, evoca una sensación de calidez y romance; es una experiencia placentera. Pero, cuando ese fuego desata su furia en un edificio –ya sea industrial, comercial o residencial– el romanticismo se transforma en pánico, y las llamas, que antes parecían inofensivas, ahora nos llenan de terror, tristeza y desconsuelo.
En esos momentos, cuando el fuego se descontrola, la incertidumbre nos invade. No sabemos cómo ni cuándo terminará, pero lo que sí sentimos con desgarradora claridad es que algo valioso se está perdiendo. Los edificios, ya sean industriales, comerciales o residenciales, no son solo estructuras; son parte esencial de nuestra vida diaria. Son los lugares donde trabajamos, compramos y, más importante aún, donde vivimos y descansamos. Cuando un incendio consume estos espacios, el vacío que deja es inmenso. Si a esto sumamos la posibilidad de víctimas, el dolor se vuelve insoportable.
Estas reflexiones afloraron en todos nosotros cuando presenciamos, a través de los medios, el devastador incendio que arrasó con el edificio residencial del barrio de Campanar en apenas dos horas. Este incidente, como tantos otros, nos recuerda lo vulnerable que puede ser nuestro entorno cuando una serie de factores se alinean trágicamente.
Los expertos en peritación de siniestros sabemos bien que cuando múltiples imprevistos coinciden en un mismo escenario, la gravedad de los daños y la pérdida de vidas humanas tienden a incrementarse exponencialmente. A mayor número de imprevistos, mayor es el daño.
El incendio de Campanar, actualmente bajo investigación, es un claro ejemplo de cómo la suma de circunstancias fatales puede desatar una tragedia de magnitudes incontrolables. Se ha señalado a una nevera como el origen del fuego, pero las evidencias y las actuales investigaciones están revelando que hubo mucho más en juego.
Entre los factores que agravaron la situación se destacan la presencia de materiales altamente inflamables, vientos de más de 60 kms/h que avivaron las llamas desde la fachada, una escalera de evacuación rodeada de cristal que facilitó la propagación del humo caliente al romperse, impidiendo su uso para salvar vidas, y la falta de censos y protocolos adecuados para edificios similares. Había antecedentes, como sucedió en el trágico incendio de la Torre Grenfell en Londres, en 2017, que desgraciadamente no motivaron cambios en edificios terminados.
La tragedia de Grenfell, que finalmente reveló su informe en el verano de 2024, siete años después de los hechos, nos enseña una dura lección: los incendios en grandes edificios no solo exigen respuestas inmediatas, sino también medidas preventivas claras y eficaces. En el caso de Campanar, el proceso judicial en curso busca esclarecer todos los detalles de esta concatenación de fallos, con la esperanza de que se implementen protocolos más rigurosos para edificios de épocas similares, que pueden carecer de medidas de evacuación adecuadas y cuya infraestructura, como las fachadas inflamables, pone en peligro vidas humanas en caso de un siniestro.
La historia nos ha mostrado que no podemos subestimar el poder del fuego, ni las consecuencias de la negligencia. Es imperativo aprender de estos desastres, para que la próxima vez no haya víctimas que lamentar y minimizar los daños materiales.