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Natividad García Guillén
Subdirectora general y directora financiera de Divina Seguros
Soy valenciana y originaria de la zona de l´Horta Sud. Precisamente ahora, después del 29 de octubre, cuando toda mi zona ha sido arrasada por la tremenda DANA que se ha llevado centenares de vidas de mis vecinos y ha destrozado otras tantas al hacer que miles de familias pierdan todo lo que las llena, desde su hogar al colegio donde acuden sus hijos a formarse, o la residencia o el centro de salud donde atienden a sus padres, tengo el encargo de escribir estas líneas cuyo tema es qué visión tienen los clientes de las coberturas aseguradoras y si esta trasciende la mera protección financiera.
Quizás este artículo hubiese sido distinto si lo hubiese redactado hace un mes, lejos de momentos de crisis como el que vivimos cuando la pandemia o el que ahora nos está azotando. Y es que, en momentos de crisis como el que tenemos ahora mismo en la zona de Levante, la función del seguro realmente se percibe como una función salvadora, de solidaridad entre todos y básica para poder seguir adelante.
La industria aseguradora se encuentra entre las mayores funciones sociales. Una industria acostumbrada a adaptarse a todas las circunstancias de la sociedad, al envejecimiento de la misma, a las nuevas tecnologías, a la demanda de clientes conforme avanzan las generaciones y sus necesidades van cambiando. Una industria que es capaz de paliar -difícil solventar completamente - las desgracias que ahora mismo sufren nuestros clientes y el resto de la sociedad.
No ha habido aseguradora que se haya quedado quieta ante esta situación, algunas incluso enfrentándose al propio sistema establecido para pelear por la agilidad en la resolución de los siniestros y en la entrega de las indemnizaciones y, no bastando con esto, gracias a la excelente solvencia de la industria, creando ayudas millonarias para los perjudicados. Y esto se siente entre los clientes, claro que se siente.
El seguro está para estas situaciones, situaciones realmente dañinas para una familia, un empresario o una industria completa, situaciones a las que uno no puede hacer frente por sus propios medios. Esto ahora es importante y se hace patente, pero quizás en el día a día, lejos de estas calamidades, esa percepción se pierde o queda diluida por nuestra rutina.
Nos preocupa que se haya roto la nevera que tiene 15 años y que el seguro no la repare porque la rotura no proviene de un hecho extraordinario y fortuito, sino del mero uso del electrodoméstico. O valoramos coberturas adicionales, como el servicio manitas en las pólizas de hogar, haciendo que la mayoría de las aseguradoras incorporen coberturas adicionales a las realmente necesarias para hacer atractivos sus productos y que, de esta forma, el cliente los contrate. Todo esto desvirtúa el seguro, convirtiendo el mismo en un contrato de mantenimiento que el cliente suscribe porque está convencido de que va a usarlo. Y si no reparamos esa nevera de 15 años de antigüedad, mi aseguradora no ha funcionado.
El seguro funciona y funciona para garantizar que la capacidad económica o incluso física de nuestros asegurados no se vea mermada ante una situación extraordinaria que podría o no suceder a lo largo de su vida. ¿Y si no sucede? ¿He estado tirando el dinero a la basura estos años? Si no sucede en nuestras familias, con total seguridad habrá sucedido en otras y el seguro, cumpliendo esa función de mutualizar los acontecimientos perjudiciales, habrá ayudado a mi vecino a solventar ese problema inesperado que le ha surgido y que un día, tanto él como yo pensamos que podría llegar a pasar. Esta es la esencia del seguro y por eso nos protegemos.