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En sus primeras líneas de su imprescindible libro “El hombre en busca de sentido”, Víktor Frankl menciona reiteradamente y con ahínco a los “Kapos” (Kameradenpolizei), esos prisioneros de los campos de concentración nazis que colaboraban con las tareas represivas y de control del campo. A menudo, se destaca, esos kapos trataban a los prisioneros con mayor crueldad que los guardias y los golpeaban con más saña que los miembros de las SS.
En contraposición, en páginas más avanzadas, el psiquiatra habla de esos hombres que iban a los barracones a consolar a los demás, ofreciéndoles un mendrugo de pan. De estos, Viktor descubre una prueba irrefutable de que al hombre se le puede arrebatar todo, salvo una cosa: la libertad humana –la libre elección de la acción personal ante las circunstancias– para elegir el propio camino.
En nuestro día a día, menos duro gracias a Dios que Auschwitz, disponemos de multitud de ocasiones para elegir tomar la decisión de someternos o no a la presión que nos amenaza con robar nuestra libertad interior. Esa decisión que tomamos puede convertirnos en un juguete de las condiciones que nos rodean, dejándonos moldear para convertirnos en ese prisionero “típico” que Frankl menciona.
No muy lejos de todo esto, el entorno en el que vivimos nos define un campo de concentración idílico que debemos acoger, ideas indiscutibles que debemos acatar cual borregos en rebaño. Cualquiera que se atreva a salirse del guión marcado por estas ideologías es inmediatamente tachado como mínimo de loco y de ahí en adelante. La pandemia ha acentuado esta situación: la televisión era en cada minuto nuestro dios en la tierra que marcaba lo que debíamos pensar.
Bajando a los que nos atañe, es rara avis el perfil que discute con razonamiento y entereza unas ideas contrarias a las que fija la dirección o sus responsables inmediatos. Con esto no quiero decir que acatar estas órdenes elimine nuestra dignidad y libertad interior como señala el doctor, porque estas ideas marcadas por los directivos suelen ser buenas. Pero, sin duda, debemos alentar personalmente y fomentar entre nuestros compañeros la libertad de criterio, de poder exponer nuestros planteamientos sin importarnos el que dirán y buscando sin embargo una discusión sana y positiva en pos de una mejora. Mejora en el ámbito personal y profesional, sabiendo que el buen líder impulsa ese pensamiento crítico de sus equipos.
Podría afirmar que casi todos estaremos de acuerdo en lo enriquecedor de trabajar con personas con criterio, que desafíen, en búsqueda de encontrar mejoras en los procesos o actividades que llevamos a cabo para conseguir el fin marcado. Sin embargo, a diario resulta más sencillo convivir con personas más dóciles, obedientes y carentes de criterio propio. Este mal endémico deberíamos combatirlo con firmeza para lograr entornos ricos en diversidad de razonamientos, que lleven a lograr sus objetivos. Estos objetivos defenderán como es lógico la rentabilidad y obtención de beneficios, el crecimiento, pero siempre bien acompañados de otros que impactarán directamente en los primeros, como por ejemplo el clima laboral, la felicidad y fidelidad de los empleados para con el proyecto empresarial. Y siempre procurando mantener sana y salva la dignidad de cada persona.