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Antes de Navidad hablaba con un amigo, directivo de una entidad aseguradora, y le preguntaba sobre los porqués de la fidelidad a su empresa durante tantos años, más de 20 en este caso.
A su nivel, indicaba como primordial el sentirse querido, ser parte relevante del día a día, sentir como propios los éxitos y fracasos, saber que su acción repercute en el resto de compañeros y en el propio devenir de la compañía. Además, sumaba aspectos relativos al ambiente de trabajo, compañeros, equilibrio de vida personal-profesional, salario, ventajas que ha ido adquiriendo con el tiempo, beneficios sociales relevantes, etc.
Insistí en el primer aspecto, es decir en las claves de su permanencia y los motivos de no haber aceptado otras ofertas que le habían propuesto por el camino. Entrando en detalle, me reconoció que, desde el principio, sus responsables consiguieron motivarle dándole suficiente o incluso mayor autonomía en función de su experiencia, premiando sus éxitos y animándole en los fracasos. Permitieron que se equivocara en varias ocasiones. Me recordó que, al inicio, a raíz de un error suyo, perdieron un buen cliente. Aquel desliz le pasó factura en el bonus de ese año, pero su director, en vez de culparle, le ofreció trabajar en averiguar qué había fallado y aprender de aquello. Lo alentaron mostrando confianza en él. Con este hecho, percibió cómo crecía su autoestima y perdió el miedo a tomar decisiones significativas.
Me encuentro a menudo profesionales con historias menos gozosas, descubriéndose subestimados, carentes de valoración por parte de sus superiores, sintiéndose desaprovechados; en definitiva, con baja autoestima y sobreviviendo al día a día, con miedo a moverse de empresa por “perder sus años de antigüedad” (tema que daría para otro artículo), entre otros motivos.
Lograr un grupo de profesionales comprometidos, sin miedo, capaces de tomar decisiones y con alto grado de autoestima para liderar proyectos y sacarlos adelante con éxito, es sin duda la mejor fórmula para el éxito, crecimiento y perpetuidad de una empresa.
La vida en la Tierra es finita; la vida laboral ocupa entre un tercio y la mitad de nuestras vidas. Siempre me ha parecido clave tratar de trabajar en proyectos atractivos, con motivación y alegría; en proyectos que permitan sacar lo mejor de cada uno. Esto, a menudo es muy difícil y máxime teniendo en cuenta las circunstancias personales pues, efectivamente, cada uno somos un mundo. Pero, debemos poner todos los medios para lograr equipos satisfechos y entusiasmados, capaces de contagiar a su alrededor. Si para conseguirlo debemos cambiar de rol en la organización, movernos a otra que nos ofrezca ese aliciente o emprender un proyecto propio, debemos hacerlo. Sin miedo.
Están muy bien las medidas de conciliación y hay que premiar siendo justo y ético con el salario que cada persona merece. Pero lo que no tiene precio es alcanzar una plantilla de profesionales comprometidos y evangelizadores de la propia empresa, convencidos del valor que aportan a la misma y al resto de la sociedad.
A los directivos o responsables les diría que pierdan el miedo a dar autonomía a quien la exige y libertad para equivocarse. También, que no desaprovechen para premiar en cualquier oportunidad. Y, por supuesto, hay que perder el miedo al cambio, sea el que sea; buscad siempre la mejor opción para poder dar lo mejor de vosotros mismos. Es lo que el mundo necesita.
Y un consejo final: ¡No olvidéis que no estamos aquí para ser mediocres!.