En 2019 se produjo en España un brote de listeriosis por consumo de alimentos contaminados que se cobró tres vidas, provocó siete abortos y afectó a más de 200 personas. Imagínense cómo afectó al negocio de la empresa fabricante. Evidentemente, no todos los casos de contaminación alimentaria derivan en fallecimientos, pero sí más de los que podemos pensar. Según la Organización Mundial de la Salud, solo en Europa fallecen cada año 4.700 personas por consumir alimentos en mal estado.
El año pasado, el sistema de alerta rápida para los productos alimenticios de la Unión Europea (RASFF, por sus siglas en inglés) recibió 3.862 notificaciones, de las cuales 1.430 se clasificaron como alerta, es decir, implicaron un grave riesgo para la salud provocado por productos que estaban en el mercado, un 22% más que en 2019.
En el concepto de intoxicación alimentaria que utiliza este organismo de la UE se incluyen no solo los brotes provocados por bacterias o virus, sino también la contaminación química, las causas físicas, la composición nociva de un alimento o la presencia de sustancias alergénicas no identificadas en el envasado o etiquetado. Las principales notificaciones estuvieron relacionadas con microorganismos patógenos como la salmonella, la listeria o la E. coli, pero hubo un número considerable generadas por residuos de plaguicidas, contaminación cruzada y, en menor medida, por aromas y aditivos alimentarios, errores en el etiquetado, controles deficientes o incorrecciones en los materiales en contacto con la comida.
Se trata de incidentes que pueden afectar no solo a quien produce y comercializa la mercancía, sino a toda la cadena de suministro. Y cuando suceden suelen tener una gran repercusión. De hecho, cada vez más, debido, entre otros motivos, a la aparición de nuevos patógenos, a las cadenas de suministro cada vez más complejas y a que la sociedad está más concienciada e informada, lo que genera mayor regulación de la seguridad alimentaria. También pueden sufrir contaminaciones otros artículos de consumo humano, como los cosméticos, que no se ingieren, pero tienen contacto directo con la piel.
Las empresas que se ven afectadas por un incidente de este tipo, de poca frecuencia, pero de mucho impacto, además del daño reputacional, pueden llegar a ver peligrar su continuidad. Ninguna compañía está libre al 100% de sufrir una contaminación accidental o maliciosa y, en ese caso, de enfrentarse a reclamaciones de millones de euros. Para transferir esos riesgos y disminuir el impacto existen los seguros de Contaminación de Producto, que no están incluidos en la cartera básica de todas las aseguradoras.
Quienes ofrecemos a nuestros clientes esas soluciones desde hace décadas sabemos que debemos aportarles la tranquilidad necesaria para que cumplan con las exigencias legales, consejos profesionales en relación con la seguridad alimentaria, ayudarles a gestionar de manera adecuada los siniestros que puedan ocurrir y proteger su reputación.
Por eso, es fundamental que las pólizas cubran tanto la contaminación accidental como la manipulación maliciosa y la extorsión, así como los costes de rehabilitación, consultoría, publicidad adversa, los de retirada de producto y, por supuesto, los de interrupción del negocio, como le ocurrió a la fábrica en la que se produjo el grave caso de listeriosis citado arriba. Y especialmente para las pymes que sufran una crisis -el patrimonio de la mayoría de las pymes no se puede permitir experimentar en su balance un desajuste económico como el que le provocaría sufrir un siniestro de un impacto económico tan fuerte como los que son habituales en este producto-, es crucial contar con asistencia 24 horas de empresas profesionales e independientes habituadas a lidiar cada día con este tipo de incidentes.