La realidad nos sorprende. Siempre es mucho más rica que la mejor de las planificaciones. Y en esto de las planificaciones estamos, como sociedad, metidos de lleno en una campaña de sanidad pública desarrollada desde la política y destinada a vacunar en el plazo más corto posible al máximo de población factible. Una parte del mundo está en lo mismo. Solo hay un problema: se ha forzado la experimentación, reduciendo los tiempos para probar las nuevas vacunas contra el coronavirus, y más concretamente, contra la COVID-19, que se están inoculando, y desconocemos cuáles pueden ser sus efectos a largo plazo. Esperemos que el remedio no sea peor que la enfermedad, como vaticinan algunos expertos. El tiempo, que da y quita razones, despejará las dudas cuando lleguen nuevas emergencias víricas.
Nacho de Blas, epidemiólogo veterinario de la Universidad de Zaragoza, explicó el verano pasado, en una entrevista, que los veterinarios “llevamos trabajando con los coronavirus 90 años y estas vacunas no suelen funcionar bien”. Cada cinco años surge una nueva enfermedad en cada especie animal: “cuando erradicas una, solo dejas sitio a otra”. Según él, pero también ratificado por otras organizaciones, con la globalización eso ocurrirá en la humanidad. Y expresaba su preocupación por lo que pudiera ocurrir si determinadas epizootias saltaran a los humanos. El 75% de las enfermedades víricas y bacterianas que tenemos son de origen animal.
Harían bien en poner a punto los sistemas de vigilancia sanitaria y los centros de investigación científica
No hay nada garantizado. Los gobiernos harían bien en poner a punto los sistemas de vigilancia sanitaria y los centros de investigación científica capaces de ofrecer respuestas. Bill Gates advirtió sobre la probabilidad de esta amenaza que se ha hecho realidad. Ha venido para quedarse entre nosotros. Es curioso constatar que los reaseguradores, desde su atalaya, donde vislumbran los riesgos potenciales, no vieran venir este tema. Y que, a pesar de llevar más de 20 años vigilando de cerca los aspectos derivados de la genética en los contratos de seguros para personas, no se prodiguen en informes sobre el impacto que pueden tener las nuevas vacunas en la salud y la vida de las personas, así como su potencial impacto sobre el balance de las aseguradoras.
Un reciente informe de la consultora Willis Towers Watson en materia de ciencias de la vida advertía que el sector, tras la COVID-19, deberá estar atento a los cambios en la cadena de suministros; la vigencia de la autorización del Uso de Emergencia ante la posibilidad de que la responsabilidad de productos alcancen a las empresas; el tiempo de tratamiento perdido e interrupción de ensayos clínicos, porque la innovación tecnológica y los proveedores de servicios sanitarios tendrán que apoyarse en tecnologías emergentes para recuperar los retrasos en los diagnósticos y los tratamientos a pacientes. Otros aspectos que contempla son el crecimiento del mercado de salud digital y el auge de la terapia celular y génica. La consultora también identifica entre las tendencias problemas como la falsificación de vacunas, la convivencia con la COVID-19 o el aumento de la digitalización.
Tras conocerse los resultados del LLOYD’S OF LONDON, donde para 2020 se anunciaron unos ingresos de 39.760 millones de euros y unas pérdidas de unos 1.000 millones de euros frente a unos beneficios de 2.900 millones en 2019, su CEO, John Neal, puso de manifiesto que los pagos por siniestros relacionados con la COVID-19 se espera que alcancen los 6.950 millones. Aunque nadie parece tener claro dónde puede terminar esto. I